No me gusta contar mucho de mi…pero cada web tiene esto de «Sobre Mi» asi que, por si estás curioso, abajo te cuento mi historia.
Durante treinta años fui abogado en Valencia.
Especialista en temas de extranjeros: divorcios, compras de casas, denuncias, papeles. Gente que venía con ilusiones, buscando empezar de cero en España.
Yo les ayudaba a resolver el papeleo, pero nunca me paré a pensar en cómo resolver lo mío.
Ganaba bien.
Vivía en una casa grande en la costa, con mi mujer y mis hijas pequeñas.
Y sí, me gustaba el dinero. El poder.
Me gustaba sentirme alguien.
Llenaba mi vacío con cenas caras, trajes italianos, relojes que nunca miraba. Pero también me agotaba. Las horas interminables.
La presión. La sensación de no llegar nunca a nada.
Y empecé a gastar… en lo que no debía.
No te contaré en qué exactamente. Digamos que mi mujer se fue — y no la culpo.
Perdí dinero, perdí el rumbo, y también perdí el respeto de mis hijas.
Un día le propuse a mi hija mayor ir conmigo a Ibiza. Yo pensaba que sería un gesto bonito. Un reencuentro.
Pero me dijo que no. Que le daba asco.
Y eso… eso me partió.
Me miré en el espejo y no me gustó lo que vi.
Licencia suspendida. Despacho cerrado.
Sin dinero, sin familia, sin nadie.
Y ahí empezó todo.
Al principio vino la soledad. La real.
De la que no se tapa con licor ni cigarros.
Pasé semanas enteras sin hablar con nadie.
Solo el ruido de mi cabeza, y las manos temblorosas. Tuve que desintoxicarme de todo — drogas, ruido, orgullo.
Una úlcera me obligó a cambiar la dieta.
Fuera los cafés dobles, los fritos, los cubatas nocturnos. Empecé a correr. A meditar. A leer cosas que antes me parecían una pérdida de tiempo. A preguntarme qué es realmente vivir.
Y así, casi sin buscarlo, encontré la vida que tengo ahora.
Me casé con una «hippy».
Una mujer luminosa, sencilla, sin filtros. Compramos una masía en el interior de Valencia. El tejado perdía por tres sitios. Las paredes olían a humedad.
Pero por primera vez en mi vida, sentí que algo era mío de verdad.
Cada día es distinto: Recojo huevos de las gallinas. Tengo dos gansos que me siguen por el patio como si fueran perros. Cazo. Preparo mis propios embutidos. Recojo setas con gente que quiere aprender. Hacemos vino. Conservas. Pan.
Y estamos creando un canal de YouTube para compartirlo todo.
Nos buscan para hacer rutas, talleres, y a veces… solo para charlar.
No te diré que es fácil. Hay días en los que echo de menos una ducha caliente sin calderín. O una cuenta bancaria más robusta.
Pero mi hija vino a visitarme.
Se quedó.
Me dijo: “Papá, eres otra persona.”
No se puede volver atrás. Pero se puede empezar otra vez. Y eso es lo que estoy haciendo aquí, en Casa Añejo.
Gracias por estar.
Gracias por leer.
Y si algo de lo que hago te inspira… ya me doy por servido.
¡Nos vemos en la próxima entrada!
—Quico