Vivir en una casa española inacabada: lo que dejas de ver (y lo que nunca desaparece)

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Quico

Hay un momento, casi todas las mañanas, en el que la casa parece terminada.

Suele ser temprano. La luz entra baja por la ventana que todavía no cierra del todo bien. La tetera empieza a traquetear sobre el fuego. El suelo está frío en los mismos sitios de siempre. Durante unos minutos, nada parece provisional.

Luego giras un poco la cabeza y te acuerdas.

La pared que iba a enlucirse la primavera pasada. El cable que sigue recorriendo el techo porque “solo hay que esconderlo”. El marco de la puerta que se midió, se habló, se aplazó y finalmente se dejó estar.

Lo curioso es lo poco que todo eso pesa ya.

Al principio, todo gritaba. Cada borde sin terminar hacía ruido. Caminabas por la casa repasando mentalmente pendientes, habitación por habitación, como una lista que se iba contigo a la cama. La casa era un problema que había que resolver.

Ahora casi todo se ha quedado en silencio.

Dejas de ver el rodapié que falta. El bloque visto se convierte en textura de fondo. El apaño temporal se instala y acaba teniendo nombre propio. Lo que antes parecía provisional se vuelve normal sin pedir permiso.

No es que olvides que está inacabada. Es que dejas de reaccionar.

El cerebro edita.

Hay una esquina de la cocina donde el suelo cae un poco. Al principio me molestaba cada vez que me ponía ahí. Ahora el cuerpo se ajusta solo. El cuerpo aprendió la casa antes que cualquier plan.

Pero no todo se diluye.

Hay cosas que la casa se niega a dejarte ignorar.

La puerta que se atasca según el tiempo. El olor que aparece después de lluvias fuertes, leve pero inconfundible. La forma en que el frío se comporta en una habitación sin terminar, avanzando poco a poco en lugar de llegar de golpe. Eso no se suaviza con la costumbre. Se queda.

Algunos problemas se vuelven parte del mobiliario. Otros siguen siendo acontecimientos.

Lo extraño de vivir así es cómo se estira el tiempo. “Ya lo haremos más adelante” deja de ser una fecha y se convierte en una idea amplia y flexible. Más adelante puede significar el mes que viene, el año que viene o después de que pase otra cosa antes. La casa enseña paciencia de una forma que ningún plan consigue.

Las decisiones se quedan más tiempo suspendidas aquí. No porque sean más difíciles, sino porque sus consecuencias se viven al instante. Cuando aceptas vivir con lo inacabado, la presión por resolverlo todo se evapora. Eso libera y a la vez es peligroso.

Haces las paces con rarezas que juraste que nunca tolerarías.

Hay una habitación que casi no usamos. No es que la evitemos de forma consciente, simplemente la rodeamos. No tiene nada mal exactamente. Solo que no está lista del mismo modo silencioso en que el resto de la casa ha pasado a estarlo. Espera sin quejarse.

La casa no te mete prisa. Simplemente mantiene su forma.

Algunas tardes, normalmente cuando todo está muy quieto, me doy cuenta de hasta qué punto la casa y yo nos hemos ajustado el uno al otro. Las rutinas se adaptan a los fallos. Los fallos moldean las rutinas. La línea entre la intención y la realidad se difumina.

Esta no es la vida que describíamos cuando hablábamos de “terminar la casa”.

Pero es la vida que vivimos dentro de ella.

Y eso es lo que nunca deja de notarse. No las grietas, ni los cables, ni los bordes sin pintar, sino el hecho de que la casa ya no es algo por lo que estamos pasando de camino a otra versión de nosotros.

Ya nos sostiene.

Inacabada, sí.
Pero habitada.

Autor

  • Quico

    Me llamo Quico. No soy chef, ni influencer. Soy un tipo que trabajé por 30 años como abogado…hasta que me harté. Cambié el despacho por la cocina y que intenta aprender a vivir (y cocinar) de otra manera.

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